PREGÓN DE SEMANA SANTA 2018

 

Pregonero: D. Eleuterio Luna Núñez

 

Cortes de la Frontera, 23 de Marzo de 2018


A mi mujer y a mis hijos, María Isabel y José Miguel, con los que recorro los caminos de la vida, y que han hecho de este pregón, con sus sentimientos y devoción hacia la Semana Santa, una atractiva y deslumbrante experiencia cristiana.

A mis padres y a mi familia, de los que he heredado el amor a este pueblo y a su gente.

A los cofrades de Cortes de la Frontera.

A la Virgen de los Dolores y Nuestro Padre Jesús Nazareno, siempre presentes en mi vida y en la de mi familia.

A Cortes, por todo lo que me da a cambio de nada.


Presentación:

 


Es el mes de septiembre, con el orden ya en casa, aparecen las señales de que el nuevo curso ha comenzado, señales que marcan que hay que poner en marcha todos los proyectos que hemos dejado un poco al margen durante la calidez del verano. Y sin más, comienzo a intentarlo. Y empiezan mis primeros miedos, inseguridades, ¿me habré comportado como un osado por aceptar dicho reto?, “¡ser Pregonero de la Semana Santa de Cortes!”

Os aseguro, que estaba a punto de, como se suele decir, ahogarme en un vaso de agua, cuando, por el balcón entreabierto de la habitación, entró una luz cálida, que iluminaba la imagen de Nuestro Padre Jesús que preside la habitación. Para entonces comencé a sentir una paz interior; y una fuerza imperiosa, hizo que desaparecieran mis inseguridades y miedos, que tomara bolígrafo y papel; y surgiera, de la manera más fácil que jamás hubiera imaginado la escritura de mis primeras frases del pregón. Esos folios en blanco que al principio me suponían una cima inalcanzable se habían convertido en un sendero fascinante por el que pasear.

Comenzaron a venirme múltiples recuerdos como si se trataran de “flash back”; comenzando por el viaje desde Málaga de toda la familia, el bullicio en casa de mi tía Paca, el ir corriendo a la Iglesia junto a mi primo Antonio, Pedro y Miguel a poner el pañuelo para sacar la Virgen de los Dolores. Eran momentos mágicos. ¡Y 30 años después, me encuentro aquí,dando el Pregón!

Escribir este humilde texto, me ha llevado horas, días, algún que otro malhumor y desesperación. Me he sentido prisionero de mis propias limitaciones. Mi cuñada Ana Mari, y mi compañero Sebastián me dijeron que hablara desde el corazón: “Eleuterio, simplemente sé tú mismo” y eso es lo que he pretendido al escribir este pregón, pero no ha sido fácil. Así, que apelo a vuestra benevolencia y generosidad: ¡Sed comprensivos e indulgentes!

Saludos

 



Reverendo Sr cura Párroco. Consiliario Paco Pepe.

Ilustrísimas Autoridades.

Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Hermandad de Ntro. Padre Jesús en su Pasión y María Santísima de los Dolores.

Hermanos cofrades.

Queridos paisanos.

Señoras y señores. Buenas tardes.

Quiero devolver a mi presentador, Chani, el mismo afecto y cariño que ha volcado en sus palabras hacia mi persona. Muchas gracias por entregarme este testigo de ser pregonero de la Semana Santa. Tú también viviste en tus carnes esa mezcla de alegría y responsabilidad que acompaña a esta importante tarea. Gracias, amigo.

Sean mis primeras palabras, para mis padres. ¡Qué orgullosos estamos mis hermanos y yo por su entrega y humildad! y por la educación recibida; para mi esposa, Rosario y para mis hijos M.ª Isabel y José Miguel por su apoyo y por haber compartido conmigo todos y cada uno de los momentos desde que fui designado pregonero.

Agradecimientos

 


En primer lugar, gracias a Dios, por permitirme estar esta noche aquí y poder anunciar este pregón.

Palabras de gratitud, de sincera gratitud para la Hermandad de Jesús en su Pasión y María Santísima de los Dolores; a su Hermano Mayor y a su Junta de Gobierno, por haber tenido la distinción de concederme el privilegio de ser el pregonero de este año y poder adentrarme en ese mundo de sentimientos, emociones, afectos y tradiciones que comporta la Semana Santa de nuestro querido pueblo. Gracias de todo corazón por haber contado conmigo.

Y a pocos pasos ya de conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; la que pregono con el profundo respeto y admiración por todos aquellos pregoneros que me han precedido en el tiempo en este mismo lugar, y con la esperanza de ser digno continuador de todos ellos, de entre los que me vais a permitir citar, a mi cuñado Paco. Hoy más que nunca, les comprendo y admiro, porque también siento ese miedo y responsabilidad de tratar de transmitir, ese mensaje cristiano.

Gracias a los capataces, y a los hombres de trono que hacen posible que nuestras imágenes se luzcan por las calles de nuestro pueblo y lleguen a todos los hogares…

Gracias a la asociación de música “Santa Cecilia”, sintonía cofrade, registro sonoro de nuestra pasión.

Gracias también a vosotros, presentes en este tradicional acto de nuestra querida Semana Santa.

Hoy deseo recordar como modesto homenaje a quienes se nos fueron para siempre, a los que nos dijeron adiós en horas tempranas, porque también en el cielo necesitan de buenos cofrades.

El sábado de Pasión, previo al Domingo de Ramos, Paco, José Manuel, Pepe, Chani, Juan Miguel, Carlos y muchos más que no nombro; sino sería interminable, hacen el traslado de los tronos desde el polígono a la Iglesia. Al cabo de unas horas, todo está preparado, para vivir nuestra Semana Santa.

¡Hay que vivir la Semana Santa! Y vivir la Semana Santa es acompañar a Jesús con nuestra oración, junto a nuestros sacrificios y el arrepentimiento de nuestros pecados. La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. Y nos debemos disponer a conmemorarla con piedad, con fe, con convencimiento en lo que hacemos. No nos quedemos con lo superficial y externo. También hay que vivirla en los templos, en los oficios, el Vía Crucis, y ante el Santísimo porque ante todo somos cristianos y miembros de la Iglesia.

En un pregón de Semana Santa podría hablar del carácter solidario de la Semana Santa. Podría hablar del compromiso del mundo cofrade con aquellos que más lo necesitan. Podría hablar del fervor de la Semana Santa. Podría hablar de muchas cosas, pero de lo quiero hablar realmente, ¡es de la Semana Santa de mi pueblo, de mis recuerdos y vivencias!

El silencio reina aún por las calles de nuestro pueblo, que se va despertando poco a poco, y un aroma familiar impregna los hogares y llena nuestros callejones. El sol anuncia un día radiante. El aire es limpio, puro. Cortes recibe con la ilusión de un niño este día hermoso.

¡Es Domingo de Ramos!, es día de estreno, mucha ropa brillante, impoluta, casi recién quitada la etiqueta. Hablar del Domingo de Ramos es hablar de juventud, de ilusión, de esa mirada que un día nos cautivó, bajo un cielo liso de un azul despejado en el que la naturaleza se muestra en todo su explendor.

El Señor de la Pollínica ha inaugurado el Domingo de Ramos. El pueblo espera con impaciencia la salida. Jesús entra en nuestro pueblo, de la forma más humilde posible, montado en una borriquita y rodeado por los más jóvenes, que portan ramos de olivo. Lleva una palma, símbolo del triunfo y la victoria, de la vida sobre la muerte; viste túnica blanca: símbolo de pureza, alegría y luz, y su imagen se cubre con una capa roja púrpura; color del Domingo de Ramos y que representa a Jesús como Rey; pero también el color de la sangre y Pasión del señor. ¡Vayamos todos; niños y mayores a recibir a Jesús!

La banda de música nos acompaña con sus marchas procesionales, interpretadas con tanta maestría y talento, que se nos saltan las lágrimas.

Estamos alegres. Se desparraman las flores y el encaje. De nuevo, me reencuentro con la brisa del azahar y la primavera recién entrada.

Se le ve bajar por la calle de los naranjitos, impregnada de azahar.

Aquí en la plaza de la Iglesia, ¡sí, aquí en la puerta!, esperamos toda la llegada de “la borriquita” con una rama de olivo en las manos, para que más tarde nos bendiga y procesionemos hasta el templo para continuar con la eucaristía.

El Domingo de Ramos es simbólicamente “la puerta de entrada” en la que los cristianos nos preparamos para adentrarnos en la Semana Santa.

Jesús es un Rey, un Rey de paz, de humildad y de amor.

Distinguida representación de contrastes: Jesús triunfal, frente a Jesús con sudor de sangre orando en el Huerto.

Es el contraste del Domingo Ramos:

GLORIA Y SUFRIMIENTO.
Lluvia de lirios y aromadas rosas
embalsaman el rústico camino;
pisando ricos mantos, va el pollino
del pueblo entre las voces victoriosas.
Delirantes las turbas anhelosas
rodean al mansísimo Rabino:
¡Hay en torno un ambiente tan divino
que divinas se ven todas las cosas!



Se abre un paréntesis……… El lunes y el martes Santo no hay procesiones, pero son días de reflexión, de hondo sentir cristiano en la Semana Santa.

El lunes por la mañana nos vamos a Málaga.

Entre otros motivos, por qué no decirlo, para ver al Señor de Málaga, para que nos entendamos “El Cautivo”.

Mi hijo, el martes por la tarde, lleva a hombros a M.ª Santísima de las Penas, que con su manto de flores perfuma la tarde noche del Martes Santo.

Con la llegada del Miércoles Santo, comienza nuevamente la algarabía en Cortes, el pueblo entero se engalana y se prepara para la salida de Jesús Nazareno y M.ª Santísima de los Dolores; es Jesús Nazareno y su Madre quienes pasearan por las calles de Cortes.

Ese miércoles madrugamos; no nos pesa; lo hacemos de la forma más liviana, todos ilusionados por llegar, y vivirla en nuestro pueblo.

Una vez en Cortes, voy a la Iglesia; allí se encuentran algunos hermanos dando los últimos retoques.

Jesús atado a la columna y su madre ya están en las calles de Cortes.

Con su paso balanceante, enervado, sus ojos vidriosos, su cara ensangrentada, bajo una mirada de perdón, vemos pasar, con gran solemnidad, y a los sones de la música, a nuestro Padre Jesús atado a la columna ante el silencio y el fervor del pueblo de Cortes, y en nuestros labios tiembla una oración.

M.ª Santísima de los Dolores está radiante, virtuosa, vigilia sigilosamente el paso de su hijo atado a la columna por las estrechas calles de Cortes: los escalones de la calle San Roque, la calle peatonal, calle Botica, cuesta del Toledillo, y cómo olvidarme de esos desfiladeros eléctricos que tanto me atemorizaban cuando, años atrás guiaba a nuestro Padre Jesús atado a la columna por esas calles.

¡Si! Parece que fue hace mucho, pero nada más lejos de la realidad.

Fue hace unas primaveras, cuando me propusieron ser capataz de Padre Jesús.

Entonces me planteé ¿cómo iba yo a guiar a Padre Jesús por las calles de Cortes? Sin embargo, acepté, pues he llegado a la conclusión, que me gustan los retos, y que honor ser “lazarillo” en estas circunstancias.

Entonces busco a Manolo “el Calero” para que me aconseje, él ejerció muchos años el cargo de capataz del trono de M.ª Santísima de los Dolores, y quien mejor para instruirme. A pesar, de sus consejos ¡que no fueron pocos! recorrí las calles de Cortes más de una vez, viendo escalones, cables, los giros…… ¡Madre mía! que cantidad de cables y que bajada, la de aquella calle del Toledillo.

Menos mal que Chani se mete debajo del trono y redujo el ajetreo.

Llegamos al Jueves Santo.

Es el tiempo de demostrar humildad, sencillez, para servir al prójimo, como hizo Jesús al lavar los pies a sus discípulos.

Ya en casa se palpa el fervor nazareno, todo preparado está ya, la gran noche se acerca.

Los vecinos aguardamos en el dintel de la Iglesia la salida de Jesús Nazareno, encorvado por el peso de la cruz, casi agotadas sus fuerzas por tanto sufrimiento.

Su cara es un fiel espejo del tormento padecido horas antes, amoratada por los golpes recibidos.

Va camino del suplicio, camino de la afrenta que va a padecer por nosotros en el Monte Calvario seguido desde atrás por su madre, M.ª Santísima de los Dolores; de sus ojos se desprenden lágrimas de madre que sufre y padece.

Se confunde el negro y el morado con el azul del cielo.

Entre el aroma de azahar y el olor a cera, en versos de Miguel Hernández:



“Y entre mil encapuchados con mil llamas de mil cirios,
con las carnes desgarradas aún más pálidas que lirios
y la cruz sobre los hombros, cruza, humilde, el Nazareno”


Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas procesiona por la calle y no parece que ande, sino que levite. Los hombres de trono lo mecen al compás de la música magistralmente entonada. Su sonido se eleva al cielo en medio del sigilo de la noche primaveral, bajo la tenue luz de la luna. Oímos la música y pensamos en las muchas personas que dedicaron y dedican sus esfuerzos para mantenerla viva y pujante. Cuanta dedicación, cuanto esfuerzo, cuanta ilusión hay detrás de cada una de las notas que acompañan las imágenes de Jesús y María.
Del capataz sale la orden de avanzar y de portador a portador comienza a andar, pero no es un andar cualquiera, es una danza con la que tus hijos, alivian el crujido de tus huesos al caer una y otra vez. Su recorrido es interrumpido en múltiples ocasiones por las saetas que es el cante hecho oración. A buen seguro que quienes la cantan se sienten más cerca de Dios.
Sentimientos de tormento y fervor al ver a Jesús con la cruz. Y qué decir de su madre que sale detrás del Nazareno, con su rostro agraciado, aunque colmado de sufrimiento y amargura.

“No llores Virgen de los Dolores
ni tengas pena
qué no hay un cortesano
que no te quiera.
Y desde ahora
ya verás, Madre mía
como te adoran”


La Alameda está abarrotada. Llega nuestro Padre Jesús a la plaza del Ayuntamiento. Ya no existe reloj, ni hora, ni tiempo alguno. Cuando ambos se encuentran frente a frente, la mirada de la Madre hacia su hijo es de tan inmenso amor y pasión que contagia a los presentes. Hay un silencio sobrecogedor. Acompañarlo queremos en estos momentos con plegarias en nuestros labios que le ayuden a levantarse para seguir nuevamente.

¡Los tres golpes resuenan en una plaza repleta de gentío y con un silencio que se adueña de todos los cortesanos; para posteriormente dar paso a una enorme ovación a ¡ese Jesús Nazareno que se ha levantado! ¡Que no está solo! que su madre, M.ª Santísima de los Dolores, que San Juan, que M.ª Magdalena y que todos los cortesanos permanecemos allí en este trance, que acudiremos a acompañarlos durante toda la noche en el Monumento eucarístico.

¡Y cómo no recordar!, en esos instantes, a una persona que todos los Jueves Santos cumplía con la cita ineludible del Señor, mi suegra, Hipólita.

Todo no termina aquí, porque el jueves es también día de vigilia, en recuerdo de la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní, en donde se produjo su prendimiento. El pueblo vela hasta bien entrada la madrugada, al Santísimo, en el Monumento de la Iglesia, que tan primorosamente y con tanto esmero como devoción le han dispuestos quienes, sin hacerse notar, también suman sus esfuerzos a nuestra Semana Grande.

Todo está preparado para el gran día, los dulces (magdalenas, bizcochos, huevos nevados), las tortillas de bacalao, las mejores ropas...... la túnica negra, pulcra y cuidadosamente planchada sobre una percha colgada discretamente en el armario, que ha aguardado durante un año emocionada para escoltar a su Señor por las calles de Cortes. Cómo decía Quevedo:


No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.



¡Es Viernes Santo en Cortes de la Frontera! día de magnánimo dolor,de extremado luto. Hoy es oración todo. Todo se ha consumado.

Con la salida de los primeros rayos de sol; mi mujer y yo inauguramos el día, camino de las Camaretas, para acompañar y vivir este Viernes Santo desde su raíz, con el Vía Crucis. Pocos somos los que concurrimos, pero es un momento intenso, dichoso, reconfortante que nos ayuda a proseguir el resto del día con ímpetu y ganas.

Hoy Jesús entrega su vida definitivamente, aunque no lo interpretemos como un fracaso, sino más bien lo contrario, un modo de testimoniar la entrega amorosa que llega hasta la donación más colosal que es la propia vida.

Llega la hora nona, y cerca de la Iglesia ya hay nazarenos, hombres de trono, componentes de la banda de música, familiares……… de fondo se escucha el murmullo; están intranquilos y deseando que todo salga bien. Se abren las inmensas puertas del Templo, salen los monaguillos y Gabriel con la cruz guía. Dos toques de campana seguidos nos dan aviso de la salida del Crucificado; bajo la voz de su capataz, acompañado por las Angustias, M.ª Magdalena, San Juan y la Virgen de los Dolores. El Cristo sale del templo,lenta y cuidadosamente; mecido sigilosamente por los hombres de trono,de forma prácticamente imperceptible. Es un instante perfecto, un momento en el que los que estamos allí cerramos los ojos para poder disfrutarlo y para que ese instante quede grabado en nuestra memoria para siempre. Los balcones se abren a su paso, hace un día radiante, es una mañana de primavera preciosa. El cielo está prácticamente despejado, sólo roto por alguna que otra nube perdida. La temperatura es agradable,perfecta. Cortes entero quiere escoltar en estos momentos a su Señor.

El Santo Entierro congrega al pueblo de Cortes en una magna y solemne comitiva. La imagen del Cristo yacente es llevada por los hombres de trono, suenan acordes de la marcha de “La Madrugá”, le acompañará su Madre, la Virgen de los Dolores. Cristo ha muerto. Su cuerpo reposa sobre el sepulcro.

Es imposible contener la emoción ante este cortejo fúnebre, que, centrado en el cuerpo tendido de Jesús, avanza por las calles. Es imposible no verse arrastrado por él, acompañarlo al unísono, ser un penitente más, un fariseo más. Emerge una rara sensación de vacío al contemplar a Jesús en el féretro. Para Él la más fúnebre marcha de las marchas fúnebres, el silencio más grande en el magno silencio del Viernes Santo.

Entre las últimas palabras que afloraron de su boca susurró ¡Perdón!. Perdón para aquellos que le habían sometido al suplicio de la cruz. A lo que alcanzo a considerar que en este Cristo hay un espejo que nos devuelve lecciones sobre la condición del ser humano. Es un pozo de reflexión que nos advierte que, en el mundo de las prisas, colapsado y caótico en el que vivimos, esta historia puede repetirse, a pesar de que podemos comportarnos en ciertos momentos como Judas. Sin embargo, debemos conservar la esperanza de que hemos aprendido su mensaje, cada uno a nuestro modo, a nuestro proceder.

Detrás, María. Mayor tragedia no hay que la de una Madre que pierde a su hijo. Tiniebla y oscuridad.

Las luces apagándose van. Marchas no hay ya, sólo un tambor seco y ronco que rompe el silencio de la noche del Viernes Santo. Cortes se transforma, recorre un frío que nos cala y nos traslada a aquellos días de diciembre en los que el adviento iba llegando a su fin.

Acompañamos a María en su dolor profundo, el dolor de una madre que pierde a su Hijo amado. Ha presenciado la muerte más atroz e injusta que jamás haya tenido lugar, no obstante, le alienta una desmesurada esperanza sostenida por la fe. María vio a su hijo abandonado por los apóstoles temerosos; por los soldados romanos flagelado; coronado con espinas; escupido; abofeteado; caminando descalzo bajo un madero astilloso y harto pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos. María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la voluntad de Dios nos redimirá, pese a que nosotros no lo comprendamos. Ella nos alecciona a tener fortaleza ante los abatimientos de la vida.

Aún entran fieles en la Iglesia, emulando dar su último adiós a las imágenes que han procesionado, ambicionando alargar el tiempo. El gentío pausadamente se disuelve entre comentarios, agotamientos y plegarias. Las calles quedan desiertas. Cortes se recoge. El pueblo duerme taciturno.

El Sábado Santo, el pueblo despierta tranquilo tras las emociones vividas los días previos. Por la mañana temprano, varios hermanos nos consagramos a la tarea de desmontar los tronos, a fin de dejar todo dispuesto para la magna noche: el Culmen de todos los cristianos. Porque la noche del Sábado Santo, es una noche singular, particular a las demás. Es noche de júbilo, del triunfo de Jesús sobre la muerte. Y llega la luz: Jesucristo para quedarse entre nosotros ha resucitado.

La resurrección de Jesús es el sumo acontecimiento y único en la historia de la humanidad. El llanto se trueca en alegría y esperanza para todos los hombres. ¡Cristo vive! Es la gran verdad que colma de argumento nuestra fe. ¡Campanas sonad con fuerza, anunciad que Cristo ha resucitado!

Después de la misa comienza la procesión. La imagen del Resucitado es portada por los más jóvenes por la cuesta empinada de las camaretas, pregonando que el Salvador ha resucitado.

Este es el mejor instante para reconocer la modernidad de la figura de Jesús como símbolo imperecedero y universal, como testimonio constante de la lucha, de la esperanza y fe en nuestros semejantes. Una Semana Santa en la que revelemos nuestro compromiso de amor y entrega hacia el prójimo y para nosotros mismos.

En estos tiempos, cuando el hombre y la mujer están de vueltas de tantas cosas, pero tan desengañados de un mundo cuyo único dios es el poder y el dinero, se hace necesario que nosotros los cristianos seamos valientes, manifestando nuestro credo y dando testimonio de lo que somos con nuestras conductas, nuestras pautas y nuestros actos, proclamando así,que ¡Cristo vive! y que su buena nueva se acomoda cualquier época.

Es ahora cuando, el esfuerzo y la dedicación de todo un año, se plasma en los desfiles procesionales que nos devuelve a nuestras tradiciones y costumbres. Supone, en muchos casos, renovar los encuentros entre familiares y amigos con los que disfrutar unidos nuestra Semana Grande. Por ello, ¡me niego a ser un mero espectador!, e invito a todos que seamos partícipes activamente, que nos bauticemos con doctas palabras que manaron hace más de dos mil años y que ahora reviven por las calles de Cortes y que hemos de poner en práctica a lo largo de todo el año. Las cosas no ocurren por azar, no es fortuito todo esto, conmemoramos la Semana Santa de esta manera por algún motivo, y,debemos dar la espalda a las “corrientes modernas” que cuestionan aquello para lo que no tienen explicación racional, de los pesimistas, de los que ni comen ni dejan comer… ¡Vivamos con Alegría de Vivir, con fe cada día!

Y ahora que mi voz se apaga, y llegado al final de este pregón me atrevo a añadir:

Y ahora que mi voz se apaga, y llegado al final de este pregón me atrevo a añadir: “Os invito a todos ustedes, (y muy especialmente a quienes aún nos desconocen) a salir de nuevo a la calle, con vuestras ilusiones y emociones, con el empaque de vuestros trajes, con vuestros sones y marchas a engrandecer como siempre, este milagro secular, de la Fe, que tiene nombre y apellidos: La Semana Santa de Cortes de la Frontera”.

He dicho



Volver