PREGÓN DE SEMANA SANTA 2001

 

Pregonero: D. José Ángel Guerrero Alcántara

 

Cortes de la Frontera, 06 de Abril de 2001

Rvdo. Sr. Cura Párroco, Hermano Mayor de la Hermandad de Jesús en su Pasión y María Santísima de los Dolores, Cofrades, Paisanos:

Sean mis primeras palabras para agradecer a mi antecesor con el magnífico pregón del pasado año, Francisco Montes Núñez, los inmerecidos y excesivos elogios a mi persona, guiado tal vez por su amistad y buen corazón. Gracias.

Al inicio de este pregón semanasantero, quisiera expresar mi agradecimiento más sincero a las personas que me han invitado a realizar este acto, por la confianza depositada en este humilde pregonero (Y en las exiguas facultades y dotes oratorias) ante el magno empeño de cantar el sentir religioso de la Semana Santa de Cortes, procurando hacer lo más corto posible, lo que necesitaría horas interminables en expresar, máxime cuando en el declive de mi vida se me da la oportunidad de hacer aquí, en mi pueblo, lo que he hecho en múltiples ocasiones.

Creo arduo el intento de enfocar poéticamente la tragedia mas sublime de la humanidad, porque trágica fue la muerte cruenta del más inocente de culpa, como sensible y bella por voluntaria y desprendida.

No serán mis palabras eruditas, pero sí ecos del sentimiento de entusiasmo, del murmullo del pueblo, de rumores de auras primaverales, arraigos de milenios de Fe que se repite cada año al conjuro de su Semana de Pasión. Mi sensibilidad me torna trovador de la Semana Santa de mi tierra calando en el espíritu del más insensible, aunque quede mi empeño en simple balbuceo de emociones, de la expresión barroca de lo pequeño hecho símbolo del espíritu, los tronos aquí, pasos en otros pueblos, pedestal fluorescente de imágenes adoradas.

Luna de Parasceve, mes de Nissan, equinoccio de Primavera, eclosión impetuosa de vida nueva a la búsqueda de sentimientos perdidos ¿Acaso Cortes, necesita pregoneros?.

La belleza se propaga por sí misma y Cortes, en el umbral de las águilas, la irradia en grado sumo a través de su dilatado periplo y, durante su Semana Santa, se torna ascua de religiosidad recoleta y luminosa.

La Semana de Pasión no es el simple recuerdo o conmemoración de algo que pasó hace 2001 años y ahí queda. Cristo no fue solo un hombre que dijo cosas maravillosas, que hizo el bien a su paso, que intentó arreglar este podrido mundo y acabó ajusticiado a manos de los poderosos. Venció a la muerte y sigue vivo. Por eso la Semana Santa no puede reducirse a un simple espectáculo, y ante un drama como este no cabe ser indiferente.

Esa manifestación de sentimientos se desplaza a nuestras calles, no como una cabalgata más sino como expresión de fe íntima y sincera de un pueblo sencillo, sin dudas dogmáticas ni litúrgicas complicadas, porque en medio de las procesiones, de las saetas, está la religión y el pueblo quiere asirse desesperadamente a lo sobrenatural, al encanto de lo desconocido, de lo inabordable, a la fuerza de la fe, a manifestar su confianza en el Dios tangible, aunque penda de una cruz infame, que le pueda otorgar su ayuda espiritual, moral y hasta física, cuando el mundo se debate en la angustia del hambre, las guerras, las inundaciones, las enfermedades, la desesperanza, el odio, la envidia, la soledad de las almas y los cuerpos.

En nuestro pueblo entrañable tantas veces añorado por mí (al margen de anécdotas de mis años infantiles y juveniles) se llamaban Hermandades (mas fraternal) y no Cofradías, más gremial, por el color de sus túnicas; los “coloraos” y los “moraos” a la que pertenecíamos mis hermanos y yo, existiendo entre ellos una absurda rivalidad de falsas pretensiones. Posteriormente se unificaron y languidecieron en sus fines primigenios de hermanamiento. Recuerdo en la bruma de mi infancia, el recogimiento y estremecimiento de las notas estridentes de una trompeta que en el atrio del templo llamaba a los fieles cortesanos y la matraca ante el mutismo de las campanas, que un monaguillo hacía sonar por las calles avisando de los próximos cultos religiosos el Viernes Santo.

Hermandad o Cofradía deben canalizar parte de la realidad del espíritu religioso interno y externo al margen de criterios personalistas que anidan en el sentir de cada uno.

¿Y qué decir del escrupuloso cariño con que las camareras adornan y aderezan los tronos y las imágenes sagradas, siendo harto difícil discernir donde termina la artesanía, el buen gusto y comienza el arte?. Se trata de un arte heredado e innato que aquí en Cortes, supera altas cotas de cariñosa inspiración y belleza.

Todos conocemos a esas personas pero silenciaré sus nombres para no marginar ninguna, pero no me resisto a mencionar a nuestro cordial amigo Diego Gómez, cuyo amor a la Virgen dirige sus expertas manos en interminables puntadas de un manto maravilloso.

DOMINGO DE RAMOS .- Palmeras y olivos, ojos inocentes, cándidas almas que exhalan ilusiones de efímera alegría en un día glorioso.

Infantiles almas, que a Jesús en el martirio, le acompañan y sus voces delicadas repiten, una y otra vez, al Hijo de David “HOSANNA”

En Cortes de la Frontera se conserva el orden pasionario de los pasos que jalonaron el Via Crucis desde sus momentos más dolorosos y cruentos.

La tarde y la noche se crecen como un dorado jardín transparente; el tiempo no se detiene, abre azahares, cierra párpados, madura frutos y corazones; El alma de las flores divaga entre los últimos rayos del sol y la noche se ha vuelto suspirante y nostálgica.

Ya está Padre Jesús en la calle, melena al viento, túnica cimbreante y mirada infinita de imposibles pensamientos, maniatado a la angustia resignada de los pecados ajenos, con la paciencia del inocente, y detrás su madre, la de penas llena, perla llorosa de amargura y estrella luminosa.

Campanas de luto suenan

al pasar el Nazareno,

efluvio que brota en los ojos

cáliz de dolores llenos.

LAS TRES CAIDAS.- El pueblo en sensible y expectante recogimiento, espera en su añoranza, a Jesús y a su madre desconsolada.
Por la calle(aneja al Ayuntamiento) aparecen las imágenes del cortejo lastimoso.

Se acercan tambores de ronco tronar (de negros quejidos) crecen los rumores de lejanos ritmos, como el niño que en brazos por su madre es mecido.

Música de tétricos arpegios, clarines lastimeros enfrentan los amores del Encuentro, Hijo y Madre, en escalofriante balanceo. Sepulcral silencio. Tres caídas ante los ojos secos de lágrimas y desconcierto materno.

Las auras serranas del encanto se entremezclan con la brisa de la noche emocionada.

El pulso de los jóvenes costaleros aproximan el abrazo de dos miradas que se cruzan, de dos cuerpos, difícil empeño, que enlazarse quisieran para consolarse al menos sabiendo que al mirarse, más doloroso resulta el Encuentro.
Escalofrío a flor de piel, el corazón oprimido, temblor en la garganta y congoja en los pechos. Azahares y begonias, amarantos en flor, asarinas y majoletos que balsaman el aliento, sermón sin palabras que se incrusta en el alma, alertando el sentimiento.

Las mañanas claras y luminosas son propicias cuando el sol, elevándose soberano en un cielo sin nubes, derrama sus lanzas de oro sobre este vergel de ilusiones.

Se hace muy duro el desierto. El alma se va clavando como los pies en la arena movediza de las horas engañosas, al paso del que pende en el madero.

Calle Laga de difícil equilibrio, y luego por la calle de la Cruz abajo, por el lento sendero, el aliento desmayado de su boca reseca, con el patético gesto de una muerte amarga. Su rostro es la expresión de una agonía estremecedora por mil lanzas retorcidas.

Con amarga soledad de encrucijada,
como lirio que se mustia tembloroso,
ya colgado en el madero ignominioso
te nos muestras con tu carne lacerada.

Es el dolor de Cristo; como el reflejado en el rostro y el alma de tantos jóvenes crucificados en un pedazo de suelo, clavados con agujas de falsas promesas de felicidad pasajera y engañosa.

Lo crucificaron por gritar la liberación, la fraternidad, el amor sincero. Debió bastar con su muerte para que no hubiera ninguna más por falta de Paz sincera, amor, comprensión, por sobra de orgullo, poder o injusticia.

No es justo que la tarde duerma escondida como un niño enfermo; que se oculte la luna como si al mismo cielo hubieran golpeado.

En el remanso de la pena escondida tras los velos y el cortejo doliente del camino funesto, el pueblo de Cortes acude absorto para ver la imagen amada y saluda al dolor entre la naturaleza severa, rígida e imperturbable.

Pero detrás de la primera fila hay una mujer con el rostro amargo que absorbe la sal de sus lágrimas contenidas y disimuladas, ojos vidriosos y corazón sangrante porque tiene clavado en sus entrañas un Cristo de juveniles años (que bordea el precipicio de la droga) un enfermo de pesadísima cruz, un anciano de insoportable convivencia, la soledad, la marginación de algún ser entrañable, el hambre de paz, la ausencia definitiva de los seres queridos e insustituibles, un hombre noble angustiado por mil pensamientos abatido y junto a un niño boquiabierto hay un corazón humano que lleva dos milenios latiendo con una lanza en cada latido y en cada vena.

Y luego los sacrificios contenidos y ocultos, las penas que no afloran, el santiguarse con disimulo y las miradas suplicantes al Cristo que pasa y sufre la Pasión de tantas Semanas Santas y la Madre divina que le sigue por los caminos pedregosos de infinitas almas desiertas y de tantos latigazos injustos.

En las calles de este pueblo
las farolas se apagaron,
corazones encendidos
de fe y amor brillando
van su cruz lentamente
por la vida soportando.

SEPULCRO.- Paso sombrío que camina lentamente entre impresionante silencio, miradas lastimeras y el agobio de un pueblo aturdido.

Hombros doloridos,
macerados, entumecidos
por el peso del dolor
trasladan el cuerpo divino.
Llevadlo lento y quedo,
que no lo despierte nadie,
que no se escuchen lamentos
ni voces ni suspiros.
¡SILENCIO!.
Rezad sin palabras,
solo para dentro.
Que no lo despierte nadie.
¡SILENCIO!.
Que Jesús ya se ha dormido
agotado del tormento
aunque Él, ni muere, ni ha muerto.
¡SILENCIO!.

SOLEDAD.- Es quizás la advocación más patética de María.
Cuando la cruz queda sola, la Virgen siente la amargura inmensa de la soledad.

Lagrima cristalina y pura, astro que parpadea aterido sobre las rutas de sombras celestes.

Sus ojos vacilan entre el Hijo y la Luna, entre las golondrinas piadoras y el recodo del alma de pueblo.

Virgen de los Dolores,
amargura en el alma,
angustia infinita en el cuerpo,
resignación en sus lágrimas.
Su mano de jazmines
con un pañuelo de acacias,
va temblando entre sus dedos
como la flor en la rama.
El puñal en tu pecho
que un rayo cruel te clava,
con un morir de agonía
sobre verdor de albahaca,
sumiéndote en la negrura
de eterna noche sin alba.

Hilera de hermosas enlutadas, con el empaque de la mantilla española, desgranando las cuentas plateadas, sobresalen entre los trigales en flor como rojas amapolas de velas rutilantes.

Noche de bonanza y sin embargo en los cuerpos, penitencias ocultas, pies descalzos, velas encendidas, dolor ignorado y promesas por seres amados vivos y muertos.

COSTALERO:

Anclados a la madera,
apretujados, fatigosos,
de sus cruces silenciosos,
sostienen las trabajaderas.
Clavados los pies al suelo
por el esfuerzo encorvados,
cual cireneos abrazados
a su propio desconsuelo.

SAETA:

¡Callad, que están cantando una saeta! El murmullo se difumina, los tambores amortiguan su monótono y patético ritmo y por entre los fragantes jazmines sube al espacio de los ángeles flotantes el ¡ay! Lamento estridente de la pena hecha plegaria, grito de impotencia, alarido de súplica, dardo de angustia plañidera lanzada al encuentro de las estrellas invisibles, oración sublime de corazones humildes con armonía lastimera, frío de piel amarilla surcando las fibras tensas de la sensibilidad adormecida.

Impresionante silencio ¡Quien pudiera cantar las sinfonías imposibles que bullen en el alma atormentada!.

Y luego, cuando las motas quejumbrosas lloran el último “quejío” sostenido de aliento y respiro, un ¡ole! Que es un viva incontenible al saetero, a la plegaria, a las imágenes benditas ,a los tronos fulgentes, al arte personal, surgen vibrante como respiro de los pechos amordazados expandiendo su marea como un hálito de tormentosa pleamar.

El azahar y el incienso embriagan los sentidos..., ventana que da a la noche, se ilumina de improviso y en ella una voz ¡saeta! Canta o llora, que es lo mismo. Canción del andaluz. De cómo las golondrinas le quitaban las espinas al Rey del cielo en la cruz.

HERMANDADES:

Las últimas saetas, los últimos aplausos, las últimas lágrimas de súplica y esperanza ante otra Semana Santa con futuro de brumas inciertas ¡Cortes de la Frontera! Decía Elen Whinter “En lugar de ver que las rosas tienen espinas, observa que las espinas tienen rosas”.

Atardeceres policromos, murales de pintor divino que perduran lo que una puesta de sol presurosa para reproducirse al siguiente ocaso, cual sucesión milagrosa de luz y obsequio de Dios a esta Tierra.

El ruido mismo, sorno y sereno de la brisa, acompañada con su nota profunda y velada, el himno interior.

Que no solo la procesión
sea el fin de la cofradía,
que en cada uno haya un Cristo
que sea luz y guía

de la propia redención.

Pues Hermandad y Cofradía significan ayuda moral, física y hasta económica con mil gestos caritativos por aquello de que “quien disimula su caridad es doblemente generoso”.
Agradezcamos cortesanos, a esos nuestros paisanos, jóvenes pletóricos de entusiasmo que no cejen en el noble empeño de impedir que se pierda esta profunda y querida tradición, que han trasmitido nuestros antepasados a través de milenios generaciones y luchan para reformar, potenciar, y dar esplendor a una Semana Santa que en su ambiente reducido, popular e intimista no desmerece de las ostentosas de otras ciudades, y que año tras año va superando su ascendente resurgir de esplendor y religiosidad.
Para terminar, me atrevería a sugerir a la Junta de Gobierno, la posibilidad de inscribir a los niños de Cortes, con la preceptiva autorización de sus padres, en el momento del bautizo, en la familia cofradiera.

GRACIAS POR SU ATENCIÓN Y PACIENCIA.

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