PREGÓN DE SEMANA SANTA 2016

 

Pregonero: Rvdo. Sr. D. Miguel Ángel Gamero Pérez

 

Cortes de la Frontera, 18 de marzo de 2016

Quiero querer, Señor, lo que no quiero,
un velo helado separa el corazón del fuego
y moja la llama, haciendo que el papel mienta,
ya que la pluma y mi conducta no se hermanan.

Con estos versos quiero expresar lo que ahora siento: ¡ No sé como se hace un pregón ! No se hermanan sentimientos y papel. Os puede extrañar que diga esto, pero es así. Os acabo de hablar desde el altar de la Palabra y del pan y el vino compartidos. En estos momentos, os hablo desde el mismo lugar, pero no para traer desde mis manos limitadas al Señor, sino para hablaros de pueblo, de mi pueblo, anunciaros la Semana Santa y sus recuerdos.
- Compañero y hermano Paco Pepe, Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Hermandad de Jesús en su Pasión y María Santísima de los Dolores, autoridades, Mateo Venegas el presentador de este pregonero, queridos paisanos, familiares y amigos:
Esta noche, no puede ser de otra manera, quiero dedicar estas palabras a mis padres Miguel y María. Por ellos va.
Y es que fue mi madre la que me trajo por primera vez a la Iglesia, creo que las siguientes veces la traje yo. Porque este niño no se cansaba, no paraba de aquí para allá, con las cosas de Dios. Ese es mi primer recuerdo. Porque cuando miramos atrás, cuando miramos los recuerdos, siempre se agolpan muchas imágenes cargadas de sentimientos. Pero siempre hay alguno que sobresale por encima de los otros. ¡Siempre! Pensemos en el nuestro.
Y de eso vamos a hablar, de siempre y de ahora. De siempre, porque celebramos y contamos cada año en Semana Santa, el siempre de nuestro Dios. Y de ahora, porque solo tenemos seguro el ahora. El ahora de nuestros amaneceres. Por eso quiero tener un recuerdo especial para los que ya pasaron y hoy no se sientan en esos bancos, pero viven el Ahora Eterno de Dios.
Volvamos a los recuerdos y busco en el archivo de mi memoria aquellas primeras impresiones de niño en Semana Santa, y ahí, la mente vuela tan alto, tan alto... que toca el cielo. Ese cielo que conoce muy bien el viejo campanario de nuestra Iglesia. La torre siempre permanece; siempre sobresaliendo por encima de las casas; siempre clavando su aguja y su cruz de fe en el cielo; siempre mirándonos a todos desde arriba y perfumando sus pies con olor a dama de noche.
Ella es testigo mudo de las noches lluviosas de invierno y de los calurosos días de agosto. Ella es testigo de las preocupaciones de su gentes: del joven que lleva ya años en paro; del niño que se ha distraído en los estudios; de la enfermedad de la abuela. También de las confesiones amorosas de los novios que vuelven a altas horas de la madrugada. De la mujer que se levanta temprano para comprar el pan, o que va por agua fresca a la fuente. Y de los jubilados que se sientan en su muro, a ver quién pasa.
Y junto a las altas campanas que nos llaman a misa, me gustaría hoy mirar a nuestro pueblo, a nuestra Semana Santa. Como un narrador que cuenta los comunes recuerdos de sus gentes.
Mientras estamos en nuestros quehaceres cotidianos se escucha: ¡Atención, atención! ¡bando! ¡Cuantos avisos nos han dado desde el campanario de la Iglesia! El pregón de Semana Santa es también como un bando que nos anuncia lo que vamos a celebrar dentro de unos días. Así, que comencemos.

DOMINGO DE RAMOS

Hoy hay sol y azul.
Hay alegría y trozos blancos de ternura en el cielo.
Hoy se abren las puertas de Jerusalén, para que entre ese rey.
Pero, ¿quién es ese rey de la gloria? Qué extraño rey que viene sobre un pollino.

No hay lanzas ni espadas, sino palmas y olivos.
Lo rechazan los poderosos, como hoy, y lo aclaman los niños.

Su alfombra son las capas de los pobres.
Lo siguen sus discípulos, que no comprenden que pasa.

Ha salido a la calle, al sol de la mañana.
A que la gente lo mire, con sus mejores galas

Hoy es día de estreno, hoy comienza la Semana Santa.

Es la procesión preferida de los niños, la burrita. El pollino de ese rincón de nuestro templo que toda madre del pueblo acerca a su niño en brazos. Y aunque otros se mofen de ella, para la inocente mirada de los niños, la burra a todos nos ha mirado.
Pero, días antes ya los niños merodeábamos por la Iglesia. Nos sentábamos en el escalón largo de la puerta, a esperar para curiosear, qué pasaba. Mi primo Antonio, Juan Antonio, el de la banda de cornetas y yo, echábamos más horas en la Iglesia que en nuestras casas. El juego era venir y luego copiar lo mismo. Unos tacos de Morán, retales de telas viejas, y mucha imaginación, hacían el mejor trono de nuestra particular Semana Santa. Despertemos al niño que fuimos.

MIÉRCOLES SANTO

Y después de poner una ramita de olivo en nuestras casas, se hace silencio hasta la noche del miércoles, porque sale nuestro Padre Jesús.
Ve con él, que él te espera.
Acompáñalo atado a la columna o con la cruz a cuestas.
Acompáñalo por el Toleillo. Una calle convertida por un momento en la vía dolorosa de Jerusalén.
No hay mercaderes, nadie le insulta, no hay cirineos, tampoco mujeres que le lloran, pero muchos van a verte.
Ve con él, que él te mira, siempre con ojos de perdón. Sin reproches por nada. Dios mío no hay pecado que no sea perdonado por ti.
Ve con él, que él se ilusiona cada mañana, oteando el horizonte para ver si volvemos a casa. Para abrazarnos, para comernos a besos, para vestirnos con la mejor capa y para hacer un banquete con el cordero cebado de la Pascua.
Ese cordón que ata a Padre Jesús a la columna, no es un cordón simbólico. No es cualquier cordón. Representa mucho, yo diría que demasiado. ¿Cuántos cordones siguen atando a muchos cortesanos al dolor? Si nos atrevemos a atar a Cristo, quizás es porque nos hemos atrevidos a atar también a los hermanos. Ahora, nos toca desatar en la tierra. Nos toca perdonar y sentir el perdón de Dios. Es el año Santo de la Misericordia.
No sé que pasa, pero desde hace años no hay nazarenos. ¿Dónde están esos zagales? ¿qué es una procesión sin ellos, sin capirotes, sin filas? Yo era de los que iba con mis hermanas, mis primos y mis vecinas al Junior y al antiguo cuartel a recoger la túnica. Pero, a mí creo que nunca me tocó ser nazareno, siempre fui monaguillo, corriendo detrás de los tronos con una campanilla para que la banda se callase y se pudiera escuchar la saeta. Sí corriendo, corriendo mucho con sotanilla y fajín, por que si no, Catalina Almagro me regañaba.

JUEVES SANTO

El Jueves Santo es amor. Pleno y puro. Servicial y entregado. De Cáritas y de monumento. De oración silenciosa y de agua clara en los pies. De cena de despedida de Jesús y de traición del amigo. De servicio y manos que acogen. Y de la mejor herencia: la eucaristía. Cáliz de amor y pan recién hecho. No concibo mi vida sin ella. Aquí en este altar celebré la primera. (Papá ya sabes, este niño quiso también ser pastor, pero de otra manera) No dejéis nunca de vivir sin ese pan eterno de la Palabra y el altar. Porque una comunidad parroquial o nace y vive de la eucaristía, o no será de Cristo. La parroquia, no es de aquella persona, ni mía, ni del cura, la parroquia es de Cristo, y todos al servicio.
Muchos compañeros sacerdotes han pasado por aquí, y todos me preguntan interesados por vosotros. Cada uno con su pobrezas y también con sus dones, han entregado su tiempo, su trabajo, su persona, su corazón al pueblo. Pero, lo importante no es el representante, sino Cristo.
Y mientras se impone el silencio ante el monumento, los solemnes sillares de piedra de los diez arcos del Ayuntamiento, abren sus brazos para acogernos a todos. Esa noche, y en esa plaza, no hay espectadores, todos somos actores de lo que allí se representa.
Pendientes las miradas de las bocacalles de la Alameda, de la música y de la luna, siempre omnipresente la luna de Jueves Santo. Los corazones se rinden ante el silencio de tres golpes de vara sobre el frío mármol de la alameda. No hacen falta palabras, ni discursos, sólo habla el silencio que une por un instante a un pueblo.
Luego vendrán los olivos amargos de Getsemaní. Ese huerto donde Cristo lloró. Y sigue llorando. Y en esa noche sin fin, en aquella cárcel inhumana que muchos hemos visitado, en aquel pozo hondo donde pasó las horas más oscuras, todavía se escuchan los ecos de este salmo:

Desde lo hondo a ti grito, Señor;

Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.



VIERNES SANTO

Crucificado
Y al llegar la aurora de la mañana, muy temprano, la comunidad sale del templo, porque se convierte en una comunidad que peregrina a su Gólgota de las Camaretas. Casi fuera del pueblo, como Jesús crucificado fuera de Jerusalén, estación a estación desgranamos lo que el Señor sufrió. A esa comunidad le acompañan dos maderos cruzados, sin más. Cruz sin adornos, ni flores, sin suavizar nada, porque hoy muere el Señor. Es Viernes Santo. Y su muerte nos mete a todos en el silencio.
Un rato más tarde, se escucharán voces de capataz a la salida del Crucificado. Y seguidos, como en un derroche de devoción, las Angustias, la Magdalena, San Juan, y la Virgen.
Pero, volvamos a la cruz. Ante ella, ¿qué preguntarnos?

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti, mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.



Aunque muchos quieren quitarla, quieren esconderla, la cruz permanece y es inevitable en la vida. ¿Quién no sufre? Pero, para los que creemos, la cruz cobra sentido pleno desde el Amor.
Ante la cruz sé con fuerza que eres el Dios en quien yo creo. Porque no hay mayor muestra de amor, ni mayor muestra de entrega. No la hay. Cristo muere en la cruz. Nadie tiene amor más grande que el da la vida por sus amigos. Y vosotros sois mis amigos, nos dice el Señor.

Santo Entierro

Llegan las horas de la tarde del viernes y nos preguntamos: ¿por quién lloran de pena esas campanas de nuestra vieja torre?
Es Cristo yacente. Ha muerto. Y aunque parece dulce su muerte, ha sufrido lo indecible. Todo está cumplido. Todo está dicho. Ahora... parece que se ha parado el tiempo. Horas de la tarde suspendidas, de marcha lenta, de elegancia.
A la salida de Ubrique, medio pueblo sentado en un muro largo... largo como las horas de la muerte. Ya no va entre eucaliptos por mi calle, pero no ha perdido ser lugar de convocatoria, de reunión, de espera al cortejo de la muerte. En otro momento del año, será lugar de encuentro, para otro cortejo, el de la alegría, el de la Feria. Pero esa es otra historia.


Padre nuestro de la Vida.
Venga tu reino de amor a mi pueblo.
Da el trabajo necesario a tantos que están en paro.
Perdona las faltas de amor entre nosotros.
No nos dejes caer en la tentación del egoísmo.
Y líbranos siempre del mal de hacernos daño como pueblo.


VIRGEN DE LOS DOLORES

Y la Virgen, hasta ahora, no os he hablado de ella, pero no me he olvidado de la Madre de los cortesanos. ¿Qué sería de nuestra Semana Santa sin su dolorosa? Nuestro pueblo le da un lugar tan especial a la Virgen que lo expresa acompañando a su hijo siempre. En todas las procesiones. Porque junto al Calvario de Cristo, hay otro Calvario, el que pasa su Madre. Aquella mujer a la que le profetizaron que una espada le traspasaría el alma. Dios la llora triste desde el cielo y nosotros la acompañamos tras su manto de estrellas. Como nos enseñaron nuestros mayores.
Algunas veces me pregunta la gente en Málaga. ¿Cual es tu Virgen, cual es tu cofradía? Y yo pienso ¿Cual fue mi Virgen primera? A la dolorosa de Cortes es a la primera que clavé mis ojos. Esta dolorosa hecha en Sevilla, pero que encontró su casa a los pies de Sierra Blanquilla.
Y la pena, siempre presente la pena, presente en tus lágrimas y tus manos implorantes, que se suavizan con una saeta. Llanto cantado por el Padre desde el cielo.
Si por la mañana había un derroche de cinco tronos bailando por la alameda del Guitarro, en esa noche densa, sólo hay uno. Ni música, ni luna a tus pies, ni corona, ni bordados de oro, ni puñal, sales sola con tu soledad. Solo acompañada por las oraciones que rompen el silencio del duelo y de la noche.

PASCUA DE RESURRECCIÓN

Y es en la noche, menos noche.
En la oscuridad más clara.
Al filo del Domingo,
cuando se enciende la luz tímida de un cirio grande.
Sentimos que todo no está perdido,
y que todo no acaba en la muerte.


Algo nuevo está ocurriendo. Han corrido la piedra del sepulcro. Las mujeres muy de mañana han ido a embalsamar el cuerpo de su Señor, y sólo hay vendas y sudario. Los apóstoles salen corriendo por lo que vienen contando la Magdalena y la otra María. Ha pasado algo grande esta noche... algo que no se explica, pero que le da sentido a todo.


¿Qué ves en la noche, dinos centinela?
Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos,
y la muerte muerta.


Blanco en las vestiduras, luz siempre nueva, espera contra toda esperanza, amor que no defrauda, vida en abundancia, alegría sencilla. Eso sentimos esa Noche Santa. La gran noche para un cristiano. El Crucificado es ahora el Resucitado.
Y para transmitir la alegría vivida en el interior, salimos por última vez a la calle, para anunciar a todos que Cristo ha resucitado, que Cristo es nuestra Vida, que Cristo es nuestro Aleluya.
Del paso lento de los tronos, al baile y a las prisas del tronito del Resucitado.
De los sones fúnebres de las marchas, al son sencillo de las guitarras.
De las tortillas de bacalao, al chocolate en la calle.
De las lágrimas del viernes, a la alegría.
De la dura muerte, al canto solemne del Pregón.
De las estaciones del Vía Crucis, a los aleluyas.
Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Y vuelven a sonar las campañas de la vieja torre, esta vez repican de alegría. ¡ALELUYA!
Y volvamos al recuerdo. De aquel niño rubillo con ojos inocentes que lo miraba todo, dado de la mano de su madre, ¿qué queda? Queda todo y ya no queda nada. Queda, de donde vengo, mis raíces de fe y de cultura religiosa. Y no queda nada, porque Dios lo ha hecho todo nuevo. Cada Pascua de Resurrección nos hace de nuevo.
Que no se nos olvide de donde venimos y adonde vamos. Que no se nos olvide nuestra tradición. Cuanta fe nacida en esa pila blanca a los pies de la Iglesia; cuantas catequesis de esas mujeres entregadas; cuantas promesas matrimoniales ante el altar; cuantas oraciones mañaneras y sencillas a la Virgen de los Dolores con el carrito de la compra; cuantos domingos del Señor.
¿A dónde vamos? Ojalá fuésemos por donde hemos venido.
Apenas queda nada para la Semana Santa... vivamosla como si fuese la primera de nuestra vida.
Ad maiorem Dei gloriam
He dicho.

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